El pibe de los astilleros logró hacer saltar a todo el estadio. El muchacho que parecía inmutable se dejó movilizar por el impulso poco comprensible de rebotar y cantar mientras sonaba desde el escenario la melodía del clásico tema ricotero. Cuántas veces Agustín Ronconi debió frotarse la cara para comprender lo que veía. A ambos extremos del tablado, hombres y mujeres vestidos con trajes típicos del altiplano boliviano, bailan sin detenerse. El público corea y acompaña cada frase con el corazón todo. No era para menos. Arbolito y su folclore-rock llegaron al Luna Park movidos por la simpleza que los hizo (y hace) grandes. Esa forma coherente y amable de andar por la vida se ve reflejada en todos y cada uno de los instantes: en el show en el Luna, en una plaza o en un encuentro casual con alguno de los integrantes de la banda.
Arbolito presentó el domingo pasado su último disco Despertándonos ante miles de personas en el Luna Park. En un recital potente mostraron temas de su último trabajo, una suerte de reivindicación optimista de los derechos de los siempre desprotegidos: los pobres de hoy, los indios de ayer.
Con invitados de la talla de Daniel Buira (ex baterista de Los Piojos) y Verónica Condomi, más otros músicos de la primera hora (Tito Fargo, Pablo Fraguela y Matías Pérez), la banda cuyo nombre revitaliza la figura de un joven ranquel que degolló al Conorel Rauch, vivió una de sus noches más felices. “Esto es una cosa de locos”, solían repetir desde el escenario con caras de chico con juguete nuevo.
Entre los temas más aclamados, se destacaron Arbolito, La arveja esperanza, Si me voy antes que vos, A locutar al locutorio y La novia. De esta última canción se escuchó una versión con preponderancia de la percusión que ejecutó La Chilinga.
Pero este Arbolito echó raíces hace rato: pueden tocar para diez o diez mil personas y la magia no se corroe. Tampoco podrán extinguirse su repertorio musical y la coherencia de sus letras repletas de verdades.
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